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© Donald Mason

El Pan de Vida

El pan de vida: la pregunta

Nuestra semana de encuentros en el marco de la cuarta petición alcanza el punto culminante apropriado al llegar al tema del sexto día de la Asamblea el pan de vida. Hasta ahora y siguiendo el ejemplo de Lutero, hemos considerado el “pan” de la cuarta petición como una metáfora referida a “cuanto corresponde a toda esta vida en el mundo” (Catecismo Mayor, Art. III, 73, p. 459; A.A. Melendez (ed.), Libro de Concordia (Concordia Publishing House, San Luis MO, 1989), 459), lo cual comprende incluso “buen tiempo, paz, salud, buen orden, buena reputación (Melendez, 361).

Pero ¿qué es entonces el pan de vida? ¿Acaso todo lo que pertenece a la vida humana no ha sido ya incluido en el “pan” de la cuarta petición? La expresión el pan de vida desempeña un papel fundamental en el Evangelio de Juan. En el capítulo seis de ese evangelio, Jesús se disgusta cuando las personas a las que alimentó el día anterior quieren hacerlo su rey porque, como les dijo, “comisteis el pan y os saciasteis”. Jesús deseaba que vinieran a él por “la comida que permanece para vida eterna” (Jn 6.26 y sig.). Es evidente que los “panes” no permanecen.

Las personas que normalmente tienen el estómago lleno y no conocen la escasez de las mejores cosas de la vida a veces confiesan sentirse “vacías”. Manifiestan que tienen “hambre” de algo más, están “sedientas” de algo que no alcanzan a comprender plenamente, “anhelan” algo y no saben qué. ¿Es posible que esa sea una necesidad que el pan de vida debe llenar? De ser así, ¿qué es este pan de vida? Las personas del relato de Juan 6 lidian precisamente con esa pregunta: ¿qué es lo que la gente anhela y no dan los “panes”? Mientras Jesús continúa hablando con las personas en ese evangelio, poco a poco éstas llegan a comprender mejor lo que está en juego.

Para empezar, aquí tenemos un ejemplo. Varias palabras clave del cuarto Evangelio tienen doble sentido. Por ejemplo, hay una palabra griega que puede significar “de lo alto” y “de nuevo”. Ese doble sentido fue lo que confundió a Nicodemo (3.3). Jesús habló a Nicodemo acerca de la necesidad de nacer del Espíritu Santo (de lo alto), pero Nicodemo le oyó decir que se debería nacer otra vez (de nuevo). Es precisamente ese tipo de ambigüedad que le viene tan bien al autor del cuarto Evangelio como medio para analizar la diferencia entre nacer y renacer, entre agua y agua viva, entre el pan y el pan de vida.

Los malentendidos que pueden ocasionar las palabras con doble sentido ofrecen a Jesús la oportunidad de tratar el tema con términos aún más explícitos y de varias formas diferentes. Las personas de la historia poco a poco se dan cuenta, pero en realidad nunca pueden entender el tema central del misterio. Pueden comprender la cuestión sólo cuando Jesús se la revela finalmente. Entonces, por fin, llegan al punto en el que pueden confesar su fe (o proseguir su camino, si tal es el caso). Para hacerle justicia a la ambigüedad de la cuestión, analizaremos dos secuencias (capítulos cuatro y seis) del cuarto Evangelio.

Agua viva (Juan 4.1-42)

En el camino a Galilea Jesús se detiene en el pozo de Jacob en Sicar, Samaria (Jn 4.3-6). Sus discípulos han ido a comprar alimentos (4.8) cuando llega al pozo una mujer de la ciudad en busca de agua. Jesús comienza a hablar con ella pidiéndole algo de beber. La mujer está sorprendida. Es bastante extraño que un judío pida ayuda a una samaritana. Pero Jesús despierta su curiosidad dándole un consejo misterioso: “Si conocieras…” (4.10). El extraño con quien está hablando dice que puede darle agua para beber, y no agua común, él le puede dar agua viva. Puesto que “agua viva” comúnmente quiere decir agua en movimiento o que fluye, como el agua de manantial, y que el pozo de Jacob es la única fuente de agua fiable por aquel lugar, ella toma las palabras de Jesús como una broma. ¿Quién se cree que es? Este pozo de 30 metros de profundidad cavado por Jacob ha sido la única fuente de agua de la ciudad durante siglos. ¿Y qué va a hacer él? ¿Hacer que brote un manantial en este desierto semiárido? ¡El tipo ni siquiera tiene un cubo para sacar el agua que ya está ahí! ¡Es ridículo!

Su reacción a la afirmación de Jesús muestra que ella es el tipo de persona aguda e inteligente que no anda con tonterías, el tipo de persona con la cual se puede tener una conversación animada y sustancial.

Parece que Jesús ha leído sus pensamientos porque continúa su juego de palabras. Dice algo como: “sí, eso es exactamente lo que voy a hacer: haré que brote un manantial (como un géiser) en la persona que beba el agua viva, no sólo para que ella nunca tenga sed sino para que se convierta también en una fuente de frescor para los demás”. Es evidente que ella presiente que Jesús le puede dar algo que desea profundamente; parece que cree que Jesús puede hacer en verdad lo que le ha dicho, pero no está segura de cuáles serán las consecuencias. Quiere esa agua, y se la pide, aun cuando todavía no sabe lo que significa. Le atrae la idea de no tener que caminar millas para ir a buscar agua nunca más. La conversación ha avanzado mucho y Jesús decide agrandar el círculo de aprendices. “Ve, llama a tu marido” (4.16).

Es obvio que Jesús ha tocado un punto sensible. Resulta que Jesús conoce toda la historia de su vida. No en balde ella se siente vulnerable. Hay aspectos en la vida de todas las personas de los que no les gusta hablar con nadie y menos aún con una o uno extraño. Ella intenta cambiar de tema: hablemos de cuál es el mejor lugar para adorar (4.19-20). Jesús, un judío, no desacredita la tradición del pueblo samaritano pero insiste en que ambas tradiciones son inadecuadas. La mujer parece satisfecha y reafirmada con esa respuesta. Está de acuerdo en que algunas de sus preguntas tendrán que esperar hasta que llegue el Mesías (4.25). ¿Dijo Mesías? Jesús interrumpe el hilo de sus ideas, “egw eimi” (ego eimi) le dice: “Yo soy”.

Esta es la primera vez en este evangelio que Jesús dice esas palabras, pero las volveremos a escuchar nuevamente y con frecuencia. Siempre señalan un momento culminante del evangelio, el momento en que encontramos a Jesús frente a frente. Estas palabras nos recuerdan lo que Dios pidió a Moisés que le dijera al faraón: “Yo soy el que soy… ‘Yo soy’ me envió a vosotros” (Ex 3.14). La frase “yo soy” se convierte en un nombre personal de Jesús, ¿una alusión al divino nombre de Dios?

En este momento crucial de la historia (4.26), la conversación termina con la llegada de los discípulos. La samaritana se marcha precipitadamente dejando su cántaro, entusiasmada por contarle a la gente del pueblo su experiencia. ¿Será este el Cristo?, pregunta esperanzada. Ha sido un enorme viaje de descubrimiento para ella. Comenzó tratando a Jesús de “tú” (4.9), pero pronto se refirió a él como “señor” (4.11, 15, 19a) para después pasar rápidamente a llamarlo “profeta” (4.19b), cuando aumentó su respeto por él. Ya entonces comienza a preguntarse si Jesús podría ser el Mesías. Al final de la historia, ella y la gente del pueblo que fue influida por su testimonio están de acuerdo en que Jesús es “el Salvador del mundo” (4.42). Su sencillo testimonio ha dado mucho fruto. Muchas y muchos samaritanos han sido conducidos a la fe en el Salvador del mundo a través de ella (4.39-42). Su historia demuestra cómo encontrarse con Jesús lleva paso a paso a la fe y a la misión.

Ella aún no sabe qué significa la frase “agua viva”, pero se ha encontrado con alguien que la toma en serio, que la acepta plenamente, que la honra tratándola como igual y que la acoge sin juzgarla. Ha encontrado a alguien a quien no tiene que ocultarle nada, una persona que valora su compañía y reafirma su dignidad. ¿Tal vez ahora sí sabe qué significa “agua viva”?

El pan de vida (Juan 6.1-71)

Alimentación de cinco mil (6.1-15)

Existen muchas similitudes entre los capítulos seis y cuatro de Juan. La estructura general de las dos secciones es casi idéntica. El capítulo seis comienza con la alimentación de cinco mil personas, pero no es una historia de milagros independiente como en los otros evangelios. En Juan, ésta crea el marco para lo que sucederá después, como pasó con la mención del agua en el capítulo cuatro. En verdad, el capítulo no se centra en la historia de la alimentación, sino en el diálogo que sigue a continuación. En la conclusión de la historia de los alimentos, las personas hacen una observación muy inteligente. Ven la conexión que existe entre los alimentos que les da Jesús y el maná que Dios envió durante el Éxodo, y así concluyen diciendo que Jesús debe ser el segundo Moisés, el profeta (como Moisés) que se espera en la era mesiánica (6.14). Van por buen camino aunque todavía les falta mucho por andar (véase 6.52-59). Esperan que el profeta del fin de los tiempos tenga aspiraciones políticas, por lo que quieren hacerlo rey. Pero Jesús no acepta nada de esa naturaleza y se escapa (6.15).

El pan de vida (6.22-59)

A la mañana siguiente, la multitud que quería proclamarlo rey le da alcance al otro lado del lago. Jesús no se ilusiona al verla. Sabe que han venido con un solo propósito: recibir más comida que perece (6.27). Claro está que Jesús se la da, lo mismo que hizo ayer y que volverá a hacer una y otra vez, pero tiene algo aún más preciado que ofrecer y sería lamentable que se lo perdieran. Jesús les explica: él tiene comida que darles “que permanece para vida eterna”, alimentos que sustentan la vida en su más completa perfección, como Dios quiso que fuera desde el principio mismo (6.27).

Desafortunadamente, esto no parece interesarles. Lo llaman “rabí”, un término corriente de cortesía. El mejor tema de conversación que se les ocurre es: “¿cuándo llegaste acá?” (6.25). Sin embargo, la situación no es desesperada. Puesto que Jesús mencionó algo acerca de trabajar por los alimentos (6.27), le preguntan qué deben hacer para poner en práctica las obras de Dios (6.28). Quieren hacer algo, lograr algo para Dios. No obstante, cuando Jesús les da la respuesta engañosamente simple de “que cre[an] en aquel que él ha enviado”, quieren primero ver “señales” sin darse cuenta de que las señales están a su alrededor. ¡El cuarto Evangelio es un libro de “señales”!

Otra vez mencionan el nombre de Moisés que, según ellas y ellos, “les dio a comer pan del cielo” (6.31), citando el Salmo 78.24 (cf. Sal 105.40). Jesús rechaza su interpretación de ese texto bíblico por dos razones: la primera es que no fue Moisés sino Dios quien envió el maná, y la segunda, que es un error considerar que el maná es mejor que el “pan de vida”. En estos momentos, la pregunta se hace cada vez más urgente: ¿qué es este “pan de vida”?

Por fin (6.34), le piden a Jesús lo que había ofrecido. “Señor, danos siempre este pan” (la mujer samaritana en 4.15 expresó un deseo similar pidiendo el agua viva por siempre). En este momento, Jesús se revela en su forma más plena posible. Él dice: egw eimi (ego eimi): “Yo soy [el pan de vida]”. Se descubre el secreto. ¡El “pan de vida” es una persona! ¡Alguien que quiere alimentar a la persona en su totalidad, como el pan! ¿Estarán comenzando a comprenderlo?

Bueno, muchas y muchos no comprenden. Insisten en debatir cuestiones desconcertantes. ¿Cómo puede Jesús decir que ha descendido del cielo cuando todo el mundo sabe que nació aquí mismo en la Tierra, donde su padre y su madre son bien conocidos (6.42)? ¿Cómo puede darnos a comer su carne (6.52)? Al final, incluso algunos discípulos se muestran inseguros. Muchos de ellos comienzan a tener dudas. “Dura es esta palabra”, dicen; “¿quién la puede oir [sic]?” (6.60). Algunos hasta dejan de seguirlo (6.66). Pero Jesús no responde a ninguna de esas preguntas triviales, sino que simplemente continúa repitiendo lo que todas y todos ya deberían saber: él es el pan de vida (por ejemplo, 6.48); el pan que descendió del cielo (6.41). Tales afirmaciones no son cuestiones que se puedan debatir sino dones que se han de recibir y en los que se debe creer. Simón Pedro habla en nombre de los discípulos fieles: “Tú tienes palabras de vida eterna” (6.68).

El llamado “pan de vida” ofrece la más íntima de las relaciones. Para describirla adecuadamente es preciso hablar en el lenguaje cariñoso de la hospitalidad y el amor, utilizando expresiones e imágenes tales como “permanece en mí y yo en él” (6.56), permanecer en, vivir dentro, comer y beber, consumir con todo su ser. Este estrecho compañerismo con Dios es lo que distingue a la raza humana de otras criaturas vivas. Por lo que estamos de nuevo donde comenzamos: Dios creó a los seres humanos a su imagen y semejanza como seres cuya identidad será en Cristo, que a su vez es uno con quién lo envió.

Esa estrecha relación es más íntima en la eucaristía, donde el pan de vida se da a sí mismo en una entrega tan especial. “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna” (6.54), asegura a quienes creen en él. En esta comida y bebida, Jesús se ofrece a sí mismo de manera tangible, ya que entra en el propio ser de las y los creyentes y se hace uno con ellas y ellos, de la misma forma que ellas y ellos se hacen uno en él. Esta conciencia es lo que permite a los seres humanos perseverar sin perder la esperanza, la confianza, el amor propio y la dignidad aun bajo condiciones aparentemente intolerables. En la eucaristía experimentan su propia identidad como en ningún otro lugar. Aquí se enteran de que no están –de que nunca están– solas y solos.

Con frecuencia, se ha observado que el cuarto Evangelio no relata la historia de la última cena ni las palabras de la institución de la eucaristía que constituyen una parte tan importante de ella. En su lugar, este evangelio presenta una historia muy conmovedora: Jesús lava los pies de los discípulos (Jn 13.1-20). Después de hacerlo, explica su acción: les ha legado un ejemplo. Deberán convertirse en sirvientes los unos de los otros tal y como él, su maestro, ha sido el suyo. ¿Es este un comentario sobre la importancia de la eucaristía? En esta sagrada comunión, Jesús ha constituido el grupo de sus fieles seguidores como una comunidad empoderada para el servicio mutuo. El pan de vida sostiene a todas y todos que comen de él en una vida que florece en el desarrollo mutu

La noche en que Jesús caminó sobre el mar (Juan 6.16-21)

Oculto de la vista de las multitudes, en el capítulo seis hay un pequeño episodio que puede ser considerado como un resumen de todo el capítulo, o incluso de todo el Evangelio de Juan.

Después de un largo día lidiando con el público, los discípulos están solos en una barca mar adentro, en el lago, con gran oscuridad y un viento fuerte que hace que el mar se torne turbulento. En medio de la noche apenas si pueden distinguir la silueta de Jesús que viene hacia ellos caminando sobre el mar. Están aterrados.

Entonces escuchan las familiares palabras. “Yo soy” y “no temáis”. Así el miedo da paso a la paz, la clase de paz que el mundo no puede dar. En pocos minutos están en tierra segura.

“Y yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. (Mt 28.20b)

 

De la región norteamericana: Preguntas para reflexionar

El pan de vida: la pregunta

Durante demasiado tiempo, la vida norteamericana en su conjunto ha estado basada en el exceso material. Representamos el 5 por ciento de la población mundial y consumimos el 25 por ciento de los recursos del planeta. Cuando el pueblo de Israel hizo esto con el maná, se echó a perder (Ex 16.13-21).

¿Cómo perpetuamos la mentira de que la vida abundante significa prosperidad y exceso material, sin importar el precio que tengan que pagar nuestros prójimos? ¿Cómo podemos pasar –quienes tenemos pan suficiente y más que suficiente– de la práctica de siempre querer más “pan” a un hambre profunda del pan de vida? ¿Qué impacto tiene el hecho de estar saciadas y saciados del pan de vida en nuestras provisiones del pan de cada día, no sólo para nosotras y nosotros mismos sino también para nuestros prójimos? ¿Qué es realmente necesario para la vida abundante?

Agua viva (Juan 4.1-26)

Hoy en día, se reconoce el agua limpia y pura como un don milagroso en sí mismo, pero hay quienes la ven como un producto en lugar de un derecho para todas las personas. Por eso, el agua se está convirtiendo en un factor importante en muchos conflictos armados de todo el planeta. Los cambios en las pautas meteorológicas hacen que escasee un recurso que antes era abundante.

¿Cómo puede el agua viva ofrecida por Cristo ayudarnos a resolver los crecientes problemas del acceso al agua limpia y pura?

Como discípulas y discípulos, se nos llama a ser fuentes de esta agua viva que satisfagan a otras personas con los dones de Dios (Jn 4.14).

¿De qué manera podemos en forma individual como iglesias, como comunión, como el cuerpo completo de Cristo en el mundo, vivir juntas y juntos nuestro llamado a ser fuentes de agua viva?

El agua ocupa un lugar destacado en nuestro rito de entrada a la familia cristiana, el santo bautismo.

¿De qué manera el baño en las aguas vivificadoras del bautismo hace evidente nuestra sed humana y la necesidad extrema de la renovación de Dios, a la vez que nos da fuerza y vocación para provocar esa renovación?

El pan de vida (Juan 6.1-71)

“Eres lo que comes” es una expresión común en Norteamérica que nos recuerda que nuestra salud física no es mejor que la calidad de la alimentación que proporcionamos a nuestros cuerpos. “Predica el Evangelio, y si es necesario usa palabras”. Esa frase tan citada de San Francisco nos recuerda que las cosas que hacemos transmiten poderosamente lo que creemos. Los grandes mensajes que nos han llevado a la superrecesión global nos han hecho creer que más es mejor. ¿Cuándo será suficiente? Jesús lo dice claramente, reconociendo que nosotras y nosotros, al igual que las y los primeros discípulos, a veces tardamos en captar el mensaje: “Yo soy (egw eimi [ego eimi]) el pan de vida” (Jn 6.35).

¿Por qué quienes disfrutamos del pan de cada día en exceso, parecemos estar conformes aun cuando nuestras hermanas y nuestros hermanos en la comunión, criaturas amadas de Dios y creadas a su imagen, no tienen nada? ¿Qué podemos aprender unas y unos otros sobre lo que es suficiente? ¿Qué prácticas de nuestra vida y de nuestras comunidades nos ayudan a permanecer en el pan de vida? ¿Cuáles nos entorpecen? ¿De qué forma recibir el pan de vida, con el propio Señor Jesús como nuestro único anfitrión alrededor de la mesa de la sagrada comunión, nos ayuda a afrontar estas preguntas?

La noche en que Jesús caminó sobre el mar (Juan 6.16-21)

La oscuridad es profunda, el viento fuerte, las olas altas y el futuro incierto. Sin embargo, Jesús, la presencia de Dios en medio nuestro y en el mundo, está con nosotras y nosotros: “Yo soy” (egw eimi [ego eimi]), dice. Emanuel, Dios está con nosotras y nosotros –con todas y todos nosotros, hijas e hijos amados de Dios– estamos literalmente en el mismo barco, sin importar nuestras diferencias y desacuerdos, porque el Único mismo permanece en y con nosotras y nosotros.

¿Cómo influye en su vida que Dios esté con nosotras y nosotros? ¿En la comunidad donde vive? ¿En el mundo? ¿En la comunión?

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