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Hoy

Entre ayer y mañana

El mundo en que vivimos nunca es el mismo de un día para otro. Tanto si los cambios se producen de forma gradual como si ocurren súbitamente, más tarde o más temprano llegamos a comprender que nuestro mundo no es lo que era. En función de nuestra historia pasada, la situación actual y las perspectivas de futuro, esa comprensión puede llenarnos de una mezcla de tristeza, preocupación o ansiosa expectación. La juventud suele recordarle a sus mayores que no es sabio que esperen que sus hijas y hijos vivan como si las cosas hoy fueran igual que en “aquel entonces”. Incluso el día de hoy es único. Cada nuevo día trae su propio “afán” (Mateo 6.34), pero también trae nuevas oportunidades que nos regocijan (Sal 118.24).

Entonces ¿qué significa que Jesús aliente a sus discípulos a pedirle a Dios específicamente el alimento de hoy? ¿Es el hambre de hoy diferente del hambre de la generación anterior? ¿Tenemos hoy hambre de cosas diferentes? ¿Necesitamos, entonces, tipos diferentes de alimentos? Hay alimento para el cuerpo, para el espíritu, para la mente. Las personas tienen hambre de amor, de esperanza, de alegría. Las personas sienten carencias afectivas, estéticas y materiales. ¿Cuáles son los tipos de alimentos que más se necesitan hoy?

Centrémonos en algunos ejemplos específicos a fin de ilustrar cómo –en los días que se necesitaban cambios significativos en la vida de la iglesia– Dios “nutrió” a la joven iglesia con el tipo de alimento para la mente y el espíritu que necesitaba para poder enfrentar el nuevo reto.

Primer día: el día del gran lienzo (Hechos 10.1-23)

Según la narración de Lucas, Pedro estaba en el pueblo de Jope orando cerca de la hora sexta cuando alguien llamó a su puerta. Unos hombres se presentaron como los mensajeros de un centurión romano de Cesarea llamado Cornelio. Le pidieron a Pedro que fuera con ellos a Cesarea para visitar a Cornelio y hablar a su familia extensa. Sin duda alguna, en circunstancias normales Pedro hubiera despedido a los mensajeros sin pensarlo dos veces. ¿No saben acaso las y los gentiles que las y los judíos no se mezclan con ellos y que, por supuesto, no se visitan mutuamente ni –Dios nos libre– comen en la misma mesa?

Pero hoy era diferente. Pedro todavía estaba tratando de entender lo que acababa de ocurrir (Hch 10.17). Tan sólo unos minutos antes había visto algo extraño y había oído algo aún más extraño. Una “voz” (Hch 10.13) le había alentado a que matara y comiera varios tipos de animales que Pedro consideraba repugnantes. Desde su juventud, le habían enseñado que comer la carne de los animales llamados impuros estaba estrictamente prohibido por las Escrituras (Levítico 11.4-46; Deuteronomio 14.3-20). De modo que si Pedro hacía lo que le decía la voz, actuaría contra la voluntad de Dios.

¿Qué voz podía ser aquella? No eran palabras que sonaran como un mensaje de Dios. Por el contrario, parecían una invitación a pecar. ¿No era algo así lo que la serpiente del jardín les dijo a Adán y Eva, animándolos a comer de la fruta del árbol prohibido? Cambiando de forma inteligente la palabra de Dios, la serpiente había conseguido que una prohibición sonara como una invitación (Génesis 3.1-5). Pero Pedro estaba decidido a no caer en una trampa como aquella. Reaccionó con espanto: ¡nunca! “Ninguna cosa […] impura he comido jamás” (10.14). Pero la visión y la voz persistieron (10.15): “Deja de considerar impuro lo que Dios limpió” (parafraseado por el autor).

Pedro debió quedarse muy confundido: ¿cuándo “limpió” Dios tales alimentos? ¿Podía ser quizá una alusión al momento de la Creación en que Dios observó a todos los seres vivientes que había creado y declaró que eran “bueno[s]” (Gen 1.24-25)? Pedro tuvo que haberse planteado muchas preguntas sin respuesta.

Pedro debió ver alguna conexión entre la visión de la azotea y los visitantes en la puerta. La voz de la visión había invitado a Pedro a comer cosas impuras, y los visitantes le estaban suplicando que fuera a comer con personas impuras. Las dos invitaciones suponían un problema para Pedro. Ambas cosas eran impensables para una persona con su educación religiosa.

¿Dónde acudir en busca de orientación?

No hay duda de que la primera pregunta que surgió en la mente de Pedro fue ésta: ¿qué aconsejaría Jesús a sus discípulos en tal situación? Pero esa pregunta sólo planteaba nuevos interrogantes: ¿cuándo entró Jesús en la casa de una o un gentil? ¿Habló alguna vez Jesús de la posibilidad de ser invitado a la casa de una o un gentil? Jesús había ejercido su ministerio casi exclusivamente en un entorno judío. Los fariseos y los saduceos, los recaudadores de impuestos y la gente de la calle, las y los leprosos, los pescadores y los carpinteros, las y los ricos y pobres: prácticamente todas las personas con las que trató eran de lengua, cultura y educación judías y vivían en el mundo cultural del judaísmo de su época. Jesús mismo nació de madre judía y creció en un hogar judío.

Es cierto que se relatan ocasiones en que Jesús sí respondió al ruego de gentiles, tales como la historia de la mujer sirofenicia (Mc 7. 24-30), el endemoniado gadareno (Mc 5.1-20) y el centurión romano en Capernaúm (Mateo 8.5-13), pero esos encuentros eran excepciones. Marcos relata incluso que Jesús dio a entender a la mujer gentil que ayudar a su hija sería como echarles comida a los perros (Mc 7.27). De modo que es comprensible que, cuando tuvo que afrontar la invitación de ir a ayudar a Cornelio y su familia, Pedro no se sintiera preparado para un momento tan importante. ¿Cómo afrontar un cambio de situación tan inesperado como éste? ¿Sería el recuerdo de que Jesús había mandado a la mujer sirofenicia a seguir su camino con al menos una palabra de aliento, “Por causa de esta palabra, vete; el demonio ha salido de tu hija” (Mc 7.29), lo que persuadió finalmente a Pedro?

Segundo día: en territorio extraño (Hechos 10.24-48)

Cuando Pedro y Cornelio se conocieron (Hch 10.23-43), rápidamente comprendieron que Dios había estado interviniendo en sus vidas mucho antes de que ninguno de los dos fuera consciente de ello. Cornelio era uno de esos gentiles que se había sentido atraído por el judaísmo y por su Dios durante bastante tiempo. Lucas hace énfasis en que Cornelio era un hombre “piadoso” (10.2) que temía a Dios y era muy respetado por el pueblo. Él y su familia ya habían estado orando (incluso durante la hora judía de oración). Con frecuencia, apoyaba económicamente las causas judías (10.2,22). Cornelio había tenido una visión muy similar a la de Pedro. Ahora la familia de Cornelio estaba preparada, esperando que Pedro dijera algo (10.33). Parecía que Dios había dispuesto el escenario personalmente y había abierto la puerta para que Pedro entrara. Todo lo que él tenía que hacer era predicar un sermón acerca de la misericordiosa imparcialidad de Dios.

Al terminar el sermón, todas y todos los presentes tuvieron una experiencia casi idéntica a la de los discípulos en Pentecostés. Las y los gentiles empezaron a hablar en lenguas: una señal externa de que el Espíritu Santo se había derramado sobre ellas y ellos. Dios había tomado el control de la visita de Pedro. No sólo Pedro, sino también las y los “fieles de la circuncisión” (judías y judíos cristianos, 10.45) que lo habían acompañado desde Jope, estaban convencidos de que el bautismo estaba completamente justificado bajo tales circunstancias. Hubo un completo silencio cuando Pedro preguntó si alguien tenía algo que objetar, por lo que prosiguió. El bautismo “en el nombre del Señor Jesús” (10.48) confirmaba que realmente Dios les había conferido el Espíritu Santo. Había amanecido un nuevo día con el bautismo de Cornelio y toda su casa. Las cosas nunca volverían a ser igual en la Iglesia Primitiva.

Esto nos recuerda la escritura que Jesús leyó en la sinagoga de Nazaret al principio de su ministerio público.

El Espíritu del Señor está sobre mí,
por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres;
me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón,
a pregonar libertad a los cautivos
y vista a los ciegos,
a poner en libertad a los oprimidos
y a predicar el año agradable del Señor.

(Lucas 4.18 y sig., una combinación de frases de Isaías 42.7 y Levítico 25.10)

En aquel momento, Jesús anunció: “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros” (Lucas 4.21). El bautismo de Cornelio y toda su casa inicia una nueva etapa en ese cumplimiento. Pedro probablemente ni siquiera comprendió el paso tan significativo que había dado. Desde su perspectiva –desde su contexto, desde su nuevo hoy– estaba claro que lo que había ocurrido era, en verdad, la voluntad de Dios. Pero ¿lo verían también así otras y otros miembros de la iglesia?

Algunos días después: el día de la investigación (Hechos 11.1-18)

En el versículo inmediatamente posterior, Lucas relata que las autoridades de Jerusalén no se alegraron cuando se enteraron de lo que Pedro había hecho en Cesarea. A las judías y los judíos cristianos de Jerusalén les había parecido totalmente apropiado continuar con la práctica de la circuncisión como había ordenado Moisés. De manera que llamaron a Pedro para que explicara por qué se había apartado del requisito divino que había pasado a formar parte del procedimiento estándar. “¿Por qué has entrado en casa de hombres incircuncisos y has comido con ellos?” (Hch 11.3). Pedro simplemente les contó paso a paso todas las experiencias que lo habían llevado a hacer lo que había hecho, y señaló a seis testigos que lo habían acompañado desde Jope (11.12) y que podían confirmar la veracidad de su relato.

Cuando Pedro estaba defendiendo sus acciones, de pronto recordó que en realidad Jesús había dicho algo que podía aclarar el caso en cuestión. Jesús había dicho: “[…] vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo” (11.16, refiriéndose a 1.5). De repente quedaba claro: ahora había ocurrido lo que Jesús había dicho, no una sino dos veces. Primero había sucedido en Pentecostés, cuando el Espíritu Santo se derramó sobre discípulos de origen judío y ahora ocurría de nuevo en casa de Cornelio, cuando se concedió a las y los gentiles la misma experiencia. ¿Qué más quedaba por discutir? Dios había derramado el Espíritu Santo sobre gentiles, ¡a pesar de ser incircuncisos! ¿No estaba diciendo Dios en voz alta y clara que la circuncisión ya no debía ser considerada como un requisito divino? Pedro alega que ignorar esa visión habría sido “estorbar a Dios” (11.17).

El testimonio de Pedro era convincente. En aquel hoy, criticaban a Pedro “callaron” y “glorificaron a Dios”, reconociendo que “¡[…] también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!” (11.18).

Algún tiempo después: el día del gran debate (Hechos 15.1-29)

Sólo unos capítulos después, Pedro y Jacobo están enzarzados de nuevo en una discusión (al igual que Pablo y Bernabé junto a los apóstoles y los ancianos). Algo había cambiado en la Iglesia Primitiva que hizo necesario volver a examinar todo el asunto judío-gentil, pero esta vez desde una perspectiva un tanto diferente. Se convocó una reunión oficial para debatir la afirmación: “Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés no podéis ser salvos” (15.1).

Evidentemente, había líderes con mucho poder en Jerusalén que aún insistían en que para que un hombre pudiera convertirse al cristianismo tenía que ser primero un judío circuncidado. Pedro se opuso a ese planteamiento con un apasionado argumento que concluyó del siguiente modo: “Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos” (Hch 15.11).

En un eufemismo clásico, Lucas comenta que hubo “mucha discusión” (15.7). Muchas y muchos eruditos de hoy están convencidos de que la “asamblea de Jerusalén” fue la reunión más significativa de toda la historia de la iglesia.

Según Lucas, los términos del acuerdo se enviaron a las iglesias por medio de una carta. La oración clave de este acuerdo dice lo siguiente: “pues ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias: que os abstengáis de lo sacrificado a ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación” (15.28-29).

Pero ¿resolvió esta carta el problema de una vez por todas? ¿Quedaron todas y todos satisfechos después de haberla recibido? Es indudable que Pablo estaba muy satisfecho con lo que no decía la declaración. Aunque se hacía una relación de varios requisitos, la circuncisión no era uno de ellos. Pero ¿qué ocurría con respecto a comer lo “sacrificado a ídolos” (15.29)? De acuerdo con las propias palabras de Pablo, comer o no comer esos alimentos es irrelevante. Pablo escribió más tarde a los Corintios “[…] pues ni porque comamos seremos más, ni porque no comamos seremos menos” (1 Co 8.8b). En estas cuestiones, dice Pablo, las y los cristianos son libres de consumir o de abstenerse. Es evidente que Pablo, el Apóstol de las y los gentiles, no va a imponer su libertad sobre quienes (como la mayoría de las y los judíos cristianos) pueden sufrir una crisis de conciencia si comen ciertos alimentos (1 Co 8.9, 13; 10.25-32). En defensa de las y los “débiles”, Pablo se abstendrá del ejercicio de su libertad cristiana. Prefiere abstenerse a provocar a otras u otros remordimientos de conciencia por cosas que son realmente intrascendentes.

En el hoy de la “asamblea de Jerusalén”, se orientó a la iglesia para que dejara que prevalecieran las sensibilidades pastorales honrando ambas cosas: la libertad de un grupo y las reservas de conciencia del otro. Pablo consideraría de la siguiente forma este modo de proceder: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (cf. Gál 6.2).

Entre ayer y mañana

¿Cómo podemos enfrentar los nuevos retos de nuestro propio hoy en la iglesia? Después de la muerte y resurrección de Cristo, muy pronto las y los discípulos descubrieron que ya no podrían volver a encontrarse con Jesús en persona y pedirle respuestas directas para los interrogantes que no se habían tratado adecuadamente antes. Pero ninguno de los seguidores de Jesús sintió que había quedado sin orientación. Tenían varios recursos a su disposición para resolver esos problemas.

Consultaban las Sagradas Escrituras.
Recordaban lo que Jesús había dicho y hecho.
Confiaban en la guía del Espíritu Santo.
Debatían y oraban con sus hermanas y hermanos en la fe.

¿Cuáles son los problemas más acuciantes que reclaman hoy nuestra atención? La lista es casi interminable, pero sin duda alguna incluye los siguientes puntos:

La brecha siempre creciente entre ricos y pobres
El índice del hambre en el mundo
La contaminación y el agotamiento de la Tierra
El posiblemente irreversible cambio climático
El vacío espiritual de tantas y tantos habitantes de la Tierra
Las condiciones deshumanizantes en que muchas personas tienen que vivir hoy

En un mundo en que el contexto cambia cada día no es posible llegar a conclusiones absolutas y finales sobre ningún tema. Sin embargo, los ricos dones y promesas de Dios y el poder del Espíritu Santo nos permiten hoy encontrar formas responsables de avanzar que agradan a Dios.

Cuando surjan problemas nuevos y desconcertantes, las y los fieles podrán volver a reunirse para decir lo que sienten, esperando un trato digno y respetuoso. Las personas pueden estudiar las Escrituras, orar juntas, cantar alabanzas a Dios, compartir mutuamente sus penas y alegrías, debatir y aprobar resoluciones. Puede que la decisión final no sea del agrado de todas y todos. Algunas y algunos quizá tengan que resignarse bastante. Pero cuando todo termine, la gente dirá confiada “pues ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros […]”. Dios está ofreciendo nuevas posibilidades y nos está llamando a nuevas empresas cuyo final es aún desconocido. ¡Démosle las gracias a Dios por darnos de nuevo el “pan” que necesitamos hoy!

Este es el día que hizo Jehová; ¡nos gozaremos y alegraremos en él! (Sal 118.24).

 

 

De las regiones de Europa Central del Oeste y Europa Central del Este: Preguntas para reflexionar

Todos los días Dios crea nuevas realidades y oportunidades. Sólo necesitamos reconocerlas.

¿Dónde vemos en nuestra vida diaria las nuevas oportunidades que Dios crea?

Como representantes de Europa Occidental, Central y del Este, tenemos la costumbre de planificar, prever y organizar todo.

¿Somos hoy en día realmente capaces de aceptar la acción de Dios como una promesa o una oportunidad?

Muchas personas buscan trabajo, carecen de una vivienda adecuada o están enfermas.

¿Podemos traducir de forma adecuada las palabras de nuestro Salvador: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados”? ¿Qué significa hoy la palabra “pan” para nosotras y nosotros? Aparte de la ingestión de alimentos, ¿reconocemos las graves necesidades reales de las personas de nuestro entorno más cercano?

El pan no es sólo alimento. A menudo necesitamos algo más en la vida cotidiana.

¿Cómo puede “el pan de vida” no sólo llenar nuestros estómagos, sino también satisfacer el hambre de sentido y de realización?

Tenemos casi todo a nuestra disposición. Los estantes de los supermercados están llenos. Tenemos sobreabundancia de información.

¿Qué calidad tiene nuestro alimento físico y espiritual de hoy? ¿Cómo la medimos?

Con frecuencia sólo tomamos en consideración una pequeña parte de nuestros prójimos, y por lo tanto cometemos una  injusticia con ellas y ellos.

¿Cómo podemos ver dentro del corazón de nuestro prójimo y escuchar lo que éste realmente dice (“aufs Maul sehen,” como dijo Lutero) para llegar a la persona en su totalidad?

Con frecuencia sólo recurrimos a las personas que nos rodean: personas en quienes podemos confiar, amigas o amigos.

¿Cómo podemos evitar frecuentar únicamente el círculo de nuestra iglesia? ¿Cómo podemos abrirle el círculo a otras personas, incluyendo quienes no conocemos?

“Hoy” significa también hablar el lenguaje de hoy.

¿Cómo podemos evitar los clichés y las palabras vacías para transmitir la buena nueva de Jesucristo en un lenguaje claro y comprensible?

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