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© FLM/ALWS/Chey Mattner

Tener lo Suficiente

Danos hoy nuestro pan de cada día

El significado de las palabras

Las expresiones “cada día” y “hoy” del padrenuestro deben distinguirse claramente. “Hoy” hace alusión a un período de tiempo, mientras que la expresión “cada día” se refiere a algo que es “oportuno”, “adecuado” o “suficiente” para un tiempo o propósito. Al analizar las implicaciones de esta expresión, recurrimos a varios pasajes bíblicos que hablan acerca de lo que es suficiente, lo que es bastante para las necesidades humanas.

La viuda y el profeta (1 Reyes 17.7-16)

La hospitalidad en tiempos de hambruna

Lo último que necesitaba esta mujer era una boca más que alimentar. Como si no tuviera suficientes problemas con tener que mantener con vida a su hijo y a ella misma. Desde la muerte de su esposo, se convirtió evidentemente en el único sostén de la familia. Las vasijas de alimentos estaban vacías. Había aceptado el hecho de que pronto su hijo y ella morirían de hambre. Ahora, se prepara para cocinar su última comida con lo que queda de los ingredientes esenciales: harina y aceite.

Entonces llega este personaje desaliñado. Desde el primer momento hay un desequilibrio de poder entre ellos. Él toma el control. “Te ruego que me traigas también un bocado de pan en tus manos” (17.11), le pide. Y cuando ella afirma con un juramento que no tiene pan en la casa y sólo cuenta con un puñado de harina y un poco de aceite para su última comida con su hijo, él insiste: “hazme con ello primero una pequeña torta cocida debajo de la ceniza, y tráemela” (17.13). Él mismo se ha invitado a casa de la viuda. Y le dice lo que tiene que hacer, ¡para él! La conmina a compartir lo poco que tiene, que es insuficiente incluso para su propia supervivencia. ¡Y ella accede!

Las reglas de hospitalidad de cada cultura son muy complejas. Las y los visitantes occidentales invitados a cenar a una casa pueden quedar muy sorprendidos al comprobar que las y los anfitriones no cenan con ellos. Es la costumbre en ciertas culturas orientales. Más exactamente, es una regla de hospitalidad que no debe ser infringida. “¡No, no podemos comer con ustedes! Ustedes son nuestras y nuestros invitados”. Las y los visitantes se quedan algo perplejos. ¿Acaso eran también éstas las reglas de hospitalidad de Fenicia en esa época?

Incluso de acuerdo con las normas de hospitalidad de su propia sociedad, el visitante israelita (que luego resulta ser profeta) se comporta de una forma extraña. Se atreve a decirle a la anfitriona lo que debe hacer y exige que le sirvan primero. Por educación, en casa de una o un anfitrión las y los invitados normalmente comen lo que les ponen delante. No obstante, la mujer hace caso omiso del mal comportamiento del comensal no invitado. Se comporta como una anfitriona modelo. No insulta al huésped a pesar de que éste ha sido poco menos que amable con ella. Hace lo que él le pide. Comparte su último bocado de comida. Es cierto que el comensal le había asegurado que “Jehová, Dios de Israel” dice que “la harina de la tinaja no escaseará, ni el aceite de la vasija disminuirá, hasta el día en que Jehová haga llover sobre la faz de la tierra” (17.14). Pero ¿qué significa eso para ella, una mujer fenicia, de la tierra de Jezabel? ¿Se preocuparía realmente por ella el Dios de Israel?

El profeta escondido

Elías de Tisbe en Galaad (en Israel, al este del río Jordán) estaba en fuerte conflicto con Acab, el rey de Israel, y su mujer Jezabel, hija del rey de Tiro, Fenicia. Ellos querían matarlo. Elías estuvo escondido, primero en Israel, en el Querit, un arroyo intermitente donde fue alimentado por los cuervos (17.1-7), y luego en Sarepta, Fenicia, cuando se secó el arroyo (17.8-24).

Este “profeta” está huyendo. Los agentes del rey lo andan buscando. Después de escapar de su patria, está ahora en tierra extranjera. Hay cierto humor irónico en esta historia. El profeta de Dios está buscando un escondite (¡), por lo que Dios lo envía a una persona que no llama la atención: una viuda que recoge leña. Debe de haber cientos, si no miles de ellas en esa región y nadie repara en su presencia, como si fueran invisibles: ¡el lugar perfecto para esconderse! El profeta necesita alojamiento y comida por largo tiempo, ¡por eso Dios lo envía a una viuda que está cocinando su última comida y se prepara para morir! El profeta tuvo que abandonar su antiguo refugio porque no había agua en el arroyo Querit (17.5-7), por lo que Dios lo envía a un lugar donde hay agua (17.5-7), ¡pero no hay comida!

Sin embargo, Elías le trajo una bendición triple. Primero, cuando el hijo de la mujer se enfermó y estuvo cerca de la muerte, las oraciones de Elías en nombre de ella y de su hijo fueron fundamentales para devolverle la vida y la salud al hijo.

En segundo lugar, Elías le transmitió a la mujer la promesa de que Dios velaría por que siempre tuviera sustento, al menos algo con lo que sobrevivir. Cuando ella confió en esa promesa y comenzó la tarea cotidiana de preparar su frugal comida, descubrió que era realmente así (17.24). Cuando llegaba el momento de preparar otra comida, siempre había “algo” con qué prepararla.

Pero sin duda alguna la más importante de las bendiciones del profeta fue su palabra de aliento: “No tengas temor” (17.13). Es el mismo aliento que con tanta frecuencia Jesús dio a las personas que estaban en circunstancias adversas, las cuales obviamente tenían mucho temor y necesitaban escuchar esas reconfortantes palabras de consuelo.

¿Cuánto es suficiente?

¿Qué era “suficiente” para la viuda, su hijo y el huésped? Está claro que ninguno de los tres vivía en la abundancia. Habían aprendido a arreglárselas con lo mínimo. Los tres estaban acostumbrados a vivir “al límite”, por así decirlo. Elías debe de haberle asegurado a la viuda con frecuencia que para él una comida frugal era suficiente. En su anterior escondite había comido la carroña y las migajas de pan que algunos cuervos dejaban. No hay duda de que en la casa los tres se recordaban mutuamente que en la época del éxodo (Ex 16:1-15) el pueblo de Israel sobrevivió durante cuarenta años en el desierto comiendo todos los días maná y codornices, y sentía que tenía sustento y que era suficiente.

Por alguna razón, en casa de la viuda siempre había justo lo necesario. Ningún excedente, ningún lujo, nada de consumo excesivo, ni siquiera nada que tirar, pero la vida continuaba en comunidad con su hijo y con el profeta que pronto se enfrentaría al rey y le pediría justicia.

El empleador generoso (Mateo 20.1-16)

Una situación crítica

Imagine la época de la vendimia en la cuenca sudeste del Mediterráneo. Hace “calor” (20.12). El viento que sopla constantemente desde el desierto marchita todo lo que tiene hojas y molesta a todas las criaturas que no encuentran un poco de sombra donde poder escapar de los rayos directos del sol cegador. Las primeras horas de la tarde son las más difíciles de soportar. Quien puede hacerlo duerme una larga siesta en ese momento del día.

Las uvas ya están maduras. Hay que recogerlas antes de que se sequen en la vid o de que empiecen a pudrirse. Se deterioran aún más rápido después de recogerlas, por lo que deben ser procesadas inmediatamente o de lo contrario, se estropearán de la noche a la mañana y no servirán para hacer vino ni para secarlas como pasas. Es una situación crítica. El éxito de toda la vendimia pende de un hilo.

Hay una gran demanda de personas para trabajar. Hasta se agradece con entusiasmo cualquier ayuda a tiempo parcial. Todos los dueños de viñedos salen en busca de personas que puedan recoger y cargar las uvas: mujeres, hombres, jóvenes y viejos, inmigrantes temporeros… No se hacen preguntas excepto ¿por qué no pude encontrarte antes?

Seguimos a un empleador que está buscando ansiosamente ayudantes para la cosecha. Sale a la plaza pública antes de que amanezca. Ve a las y los trabajadores que van a reunirse allí y les hace una oferta: el salario acostumbrado para un día (20.2). El dueño está desesperado. Una y otra vez durante todo el día va a la plaza del mercado en busca de ayudantes que pueda contratar; no sólo a media mañana (20.3), al mediodía y en las primeras horas de la tarde (20.5), sino hasta una hora antes de la puesta del sol (20.6) con el fresco del atardecer. No tiene tiempo de regatear sobre el salario, sólo de decirles: “Vayan rápido y les pagaré bien. ¡Confíen en mí!”. Y eso hacen.

El momento del pago

Este empleador sigue las antiguas disposiciones de pago de las y los jornaleros (cf. Lev 19:13), que debían recibir su jornal antes de volver a casa por la noche (cf. 20.8). Esta norma demuestra lo sensible y solidaria que era la ley de Moisés con relación al bienestar de las y los ayudantes contratados. Las y los jornaleros son personas pobres. No pueden permitirse el lujo de administrar su dinero por períodos de tiempo más largos. Cobrar una vez al mes o cada dos semanas les ocasionaría tremendas penurias. Estas y estos trabajadores necesitaban el dinero ahora. Sin él no podrían comprar de camino a casa comida para alimentar a su familia. Si la o el jornalero llevaba a su casa menos de un jornal, la familia tendría que ir a la cama con hambre esa noche.

Cuando el sol se pone, las y los trabajadores se reúnen en torno al administrador cuyo trabajo consiste también en llevar la cuenta de las horas de trabajo y el desempeño de cada trabajadora y trabajador para después distribuir el dinero correspondiente.

Pero de pronto ocurre algo insólito. Cuando las y los trabajadores extienden la mano, el administrador deposita en cada palma la misma cantidad: el salario acostumbrado para cada día. Era imposible que ninguna o ninguno de ellos viera lo que estaba sucediendo. Inmediatamente empezaron a comparar sus ingresos del día. “¿Cuánto hiciste hoy?”. ¡Todas y todos habían recibido el mismo pago! ¡Increíble!

Dándole instrucciones al administrador de que pagara a cada trabajadora y trabajador por todo el día, el empleador garantizó que la familia de cada una y uno de ellos pudiera disfrutar de una comida completa y pudiera dormir bien después. Lo que había hecho el dueño de este viñedo era radicalmente distinto a lo que estaba ocurriendo en todo el país aquella noche y sin duda se comentaría en numerosos lugares. Había infringido las reglas del mercado. De acuerdo con la economía que practicaba, la cuantía del sueldo no se correspondía con el volumen de trabajo realizado por las y los trabajadores, sino con las necesidades de las personas que dependían de él. Esto supone un cambio verdaderamente sorprendente con respecto a las prácticas habituales. ¡Espera a que se enteren en el mundo de los negocios! Dirán que es una práctica insostenible que arruinará rápidamente la economía nacional. “¿A quién se le ocurrió semejante idea?”, preguntarán. Quienes proclaman una “ley del mercado” de este tipo pueden esperar ser crucificados. Pero ¿no acabaría esta “ley” –de un plumazo– con el hambre en el mundo? Imagina un mundo en que se paga (o se proporciona de otra manera) a cada trabajadora y trabajador el salario normal de un día, una cuantía necesaria para llevar un nivel de vida decente.

¿Verá algún día la luz esta “ley”? La respuesta a esa pregunta depende de la respuesta que se dé a otra pregunta: ¿dejará algún día la gente de pensar que ellas y ellos deben recibir más que los demás (véase 20.10)?

Las y los jornaleros que habían trabajado duro todo el día estarían obviamente satisfechos con el pago recibido. Los habían contratado precisamente por esa cantidad. Era lo justo. Esas y esos trabajadores se hubieran ido felices a su casa si no hubieran visto lo que las y los otros estaban cobrando. Cuando compararon sus ingresos con los de las y los otros empezaron a considerar injusto lo que al principio les había parecido suficiente.

Tal vez ésta sea realmente una cuestión de justicia. El empleador les había asegurado a quienes se habían unido más tarde al trabajo en el viñedo que recibirían lo que era “justo” (20.4). Así pues, ¿era “justo” que quienes llegaron tarde recibieran la misma cantidad de dinero que las y los demás?

Todo depende de cómo definamos la justicia. De acuerdo con Pablo (Ro 4:4) existen al menos dos tipos de justicia (rectitud): está la justicia según la cual la recompensa se calcula como una deuda, y también está la justicia conforme a la cual la recompensa se da como un regalo. El empleador de nuestra parábola había osado introducir el concepto de la justicia como regalo (¡un derecho dado por Dios!) en el mercado.

Primeros y últimos

La parábola termina con el comentario sumario: “Así, los primeros serán últimos y los últimos, primeros” (20.16). Pero ¿cómo deben ser interpretadas esas palabras?

La parábola alcanza su punto culminante al final del versículo 8, cuando el empleador dice al administrador que le dé “el jornal” a cada trabajadora y trabajador, que no resulta ser lo que cada cual ha ganado sino “un denario” (20.9), el salario acostumbrado para un día. No se trata de que unas y unos reciban más dinero y otros menos. Todos cobran lo mismo. La queja principal de quienes llegaron temprano en la parábola no es que se pagó primero a quienes vinieron tarde, sino que se les pagó lo mismo. Quienes vinieron temprano se sienten burlados. “Los has tratado igual que a nosotros” (20.12). Ponen objeciones a la igualdad, pues no quieren ser iguales a las y los demás, quieren que se les trate “justamente”, cualquiera que sea el significado de esa palabra.

Entonces, ¿cómo se deberían interpretar esas palabras? Piensa en lo que sucede cuando un grupo de personas se toman de la mano y bailan en círculo. El círculo gira y gira con feliz despreocupación. Las personas cantan y ríen, saltan de alegría y se divierten juntas. ¿Quién es la o el primero y quién la o el último en este baile? El grupo forma un círculo cerrado en el cual nadie es primero ni nadie último. Todas y todos son iguales. En un círculo, no existe primero ni último.

Esta parábola comienza diciendo: “El reino de los cielos es semejante […]”. Esta historia es un ejemplo de la vida con Dios. Es una vida donde predomina la justicia. Pero no el tipo de justicia que recompensa a quienes tienen y rechaza a quienes no. Es el tipo de justicia que provee a todas y todos de acuerdo con sus necesidades. ¿Es eso lo que significa tener suficiente?

Esta parábola deja a quien la lee con varias preguntas sin responder (y que posiblemente no tengan respuesta). Puede que sea intencional. Se ha dicho que la Biblia no es un libro que responde a las preguntas de las personas, sino que cuestiona las respuestas que las personas dan por sentado.

El padrenuestro es una oración humilde. No pide privilegios ni recompensas especiales. Pide que todas y todos tengan lo suficiente, que tengan lo que necesitan para una vida digna.

De la región africana: Preguntas para reflexionar

 

El hambre es una crisis cada vez mayor en muchas partes del mundo.

Discutan las razones y las consecuencias de la escasez del pan diario frente a la abundancia que disfrutan unas y unos pocos.

La mano de obra barata es deshumanizante e injusta.

¿Cómo puede la iglesia abogar por prácticas laborales justas con el fin de garantizar la disponibilidad de pan diario?

¿Cómo puede la iglesia desempeñar un papel decisivo a la hora de contribuir a que quienes son más vulnerables y marginados en nuestras sociedades dispongan diariamente de la “tinaja de harina” y la “vasija de aceite”?

¿Cuál cree que es el impacto de no tener suficiente pan cada día en la vida espiritual de las personas pobres y vulnerables?

Debatan cómo puede la iglesia tratar este tema de una manera pastoral y diaconal.

Debatan la afirmación: “las y los pobres siempre tienen suficiente para compartir”.

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