en|de|es|fr

HomeExploreReflexiones bíblicasEl Pan

© Gilberto Quesada/Costa Rica

El Pan

Danos hoy nuestro pan de cada día

El pan en la cuarta petición (Mateo 6.11)

“El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”. Así oramos con las palabras que Jesús enseñó a sus discípulos. ¿En qué pensamos cuando pronunciamos esas palabras? Dependiendo de dónde vivamos en esta tierra, del idioma que hablemos y de qué cosechemos en nuestras tierras, nos vienen a la mente diferentes imágenes. En algunas partes del mundo los víveres provienen principalmente del mar. Puede que el arroz sea el cultivo básico en vez del trigo, y que no se conozca el proceso de horneado. ¿Qué quiere decir para usted “el pan de cada día”?

Hace siglos en África del Norte, Agustín señaló que la palabra “pan” de la cuarta petición podría significar al menos tres cosas: el pan que comemos de forma natural, la Sagrada Eucaristía o la Palabra de Dios (el pan vivo que descendió del cielo, Juan 6.51). Desde entonces, por lo general parecía apropiado pensar en el “pan de cada día” como alimento físico y espiritual. En el momento en que Lutero escribió los Catecismos Menor y Mayor, ya estaba convencido de que en la cuarta petición la palabra “pan” debía entenderse solamente en el sentido físico. Según afirmaba, las tres primeras peticiones estaban dedicadas al bienestar del alma, mientras que en la cuarta petición “pensamos en nuestra pobre panera y en las necesidades de nuestro cuerpo y de nuestra vida temporal” (Catecismo Mayor, 72; cf. A. A. Meléndez (ed.), Libro de Concordia, St. Louis MO: Concordia Publishing, 2005, pag. 459). Lutero consideró nuestro “pan de cada día” en los términos más amplios posibles.

Lutero alentó a quienes oran para ampliar y extender su visión a comprender “cuanto corresponde a toda esta vida en el mundo” (Catecismo Mayor 73, Meléndez, pag. 459). En el Catecismo Menor, menciona 22 artículos que van desde los alimentos hasta el vestido, las propiedades (incluso el dinero), las personas que engrandecen la vida humana, el gobierno, el clima, la salud y la reputación. Lutero presenta la lista con las palabras “tales como” y termina diciendo “entre otras cosas”, para aclarar que los artículos que ha identificado representan sólo una parte de una lista casi interminable de cosas que nutren nuestra vida física (Catecismo Menor 14, Meléndez, pag. 361).

Lutero incluye bajo este encabezamiento hasta los campos y las personas a través de las cuales Dios provee todas esas cosas buenas (Catecismo Mayor 73, 74; Meléndez, pag. 459). Las y los campesinos, molineros y panaderos desempeñan un papel importante en esta cadena proveedora de pan. En gran parte se ha dejado de prestar atención a las vocaciones de proveer alimentos en los llamados países desarrollados, donde las y los consumidores seleccionan comida empaquetada de los estantes de las tiendas sin saber de la pericia y las adversidades de quienes se ocupan de la tierra, siembran los campos, recogen las cosechas y las ponen a disposición del mundo entero para que se alimente.

Lutero insistía en que muchas cosas que no pasan por el estómago son tan necesarias para nuestra existencia física que también deberían ser incluidas bajo la categoría de “pan de cada día”. El hambre física toma muchas formas. Necesitamos asimismo de contacto humano, compañía, aceptación, amor, perdón, reconciliación, justicia, compasión y paz. Quizás muchas y muchos de nosotros tenemos necesidad de reconocimiento e inclusión en la comunidad humana como miembros que contribuyen a la sociedad, como individuos con dignidad y amor propio. Estas cosas también son necesarias para tener una vida plena.

Dios, afirma Lutero, nos da a todas y todos, incluso a “las personas malas”, todas estas cosas (y personas) “sin nuestra oración”. Por ello, cuando oramos, no nos atrevemos a persuadir a Dios de que nos dé lo que deseamos; más bien, agradecemos el haber recibido esos regalos de Dios. La oración en sí es una expresión de gratitud. A su vez, esta oración también nos recuerda que esos regalos, aunque nos han sido dados, no son nuestra posesión individual y personal. Son para todas y todos “nosotros” (¿recuerdan el estudio bíblico dos?).

Los dones físicos y materiales no están faltos de espiritualidad. No deben ser considerados como indignos de la vida cristiana. No son algo de lo que debamos avergonzarnos o por lo que debamos pedir perdón; son más bien regalos para ser disfrutados y compartidos. La vida ha de ser placentera, incluso sensual, para todas y todos. Los alimentos merecen ser saboreados. Las frutas y los vegetales deben ser apreciados por su sabor, color, textura, fragancia y aspecto. Los seres humanos seremos más felices y estaremos más sanos cuando dediquemos tiempo a saborear y masticar cada bocado. Seguro que Dios se alegra cuando las personas disfrutan de su comida, al igual que las madres y los padres se sienten felices cuando sus hijas e hijos comen con entusiasmo las cosas buenas que les han preparado. Los dones de Dios son copiosos y bellos. Han de ser celebrados. “¡Saboreen y vean que el Señor es bueno!”.

Entonces, ¿por qué mueren tantas personas de hambre en esta tierra?

Parece casi un sacrilegio hablar tanto de los ricos dones de alimentos exquisitos y del placer de comerlos cuando en realidad miles de millones de personas en el mundo no tienen ni siquiera lo más mínimo para vivir. Por otra parte, ¿cómo podemos no hablar en términos elogiosos de la generosidad de Dios cuando Dios ha preparado una variedad casi inimaginable de deliciosos frutos, vegetales y granos para el consumo humano, y ha declarado toda la Creación como “muy buena”?

La parábola de la gran cena de Jesús nos parece un texto apropiado para arrojar luz sobre este dilema.

La parábola de la gran cena (Lucas 14.15-24)

La invitación

“Venid, que ya todo está preparado” (Lucas 14.17).

Ellos sabían de esta invitación. Habían sido convidados (14.17) algunos días antes, como era costumbre. El anfitrión enviaría una invitación inicial para determinar quién podía venir al banquete. Tal conocimiento ayudaría al anfitrión a determinar cuán grande sería la tienda que tendría que montar, cuánta carne fresca tendría que tener preparada el carnicero, cuánto vino. Por supuesto, los convidados potenciales no estaban obligados a aceptar la primera invitación. A veces, hay buenas razones para decir “no”. El anfitrión lo comprendería. La respuesta de “lo siento, pero tengo otro compromiso” no tiende a crear resentimientos.

Preparación de la cena

Esta cena evidentemente iba a ser todo un acontecimiento. “Muchos” (14.16) habían accedido a ir. Los preparativos para un festín de tales dimensiones daban con frecuencia mucho trabajo. Mateo, narrando una historia similar de una cena (22.4), menciona que se mataron toros y animales engordados como parte de los preparativos para el festín. En el banquete de bodas en Caná, el encargado del banquete recuerda al novio que la costumbre es servir el mejor vino primero, cuando los invitados todavía pueden apreciar la diferencia entre el vino de primera calidad y el de inferior cosecha (Juan 2.10). Tales festines solían ser bastante suntuosos.

Pero la comida y el vino eran sólo una parte de un banquete agradable. Estos festines eran acontecimientos sociales. ¿Quiénes estarán allí? Sin duda habría espectáculos animados, con música y baile, y muchas conversaciones amenas. Estos banquetes eran acontecimientos prestigiosos donde se creaba el sentido de comunidad; cumplían propósitos que iban más allá del consumo de comida y bebida. Un banquete era el momento y el lugar para contar y escuchar las historias de unos y otros, comentar los sucesos del día, compartir las alegrías (así como las penas). Antes de que existieran los teléfonos móviles y la televisión por cable, los banquetes eran un medio importante para mantenerse en contacto.

Una sorpresa muy desagradable

Por fin, todo está listo. ¡Se abren las puertas y se pide a los invitados que entren! Pero… ¡no hay invitados! Todos habían faltado a su promesa. ¡Increíble! Evidentemente, nunca habían tenido la intención de venir al convite. ¡Un rechazo rotundo! Por supuesto, todos tenían sus excusas. Sólo se recogen las disculpas de tres de los invitados como muestra de las cosas que dijeron para encubrir el hecho de que no estaban realmente interesados en asistir.

Uno había comprado una hacienda y rogaba que lo disculparan (v. 18). ¿No había revisado cuidadosamente esa hacienda antes de comprarla? Otro ni siquiera se molestó en decir una excusa como “necesito ir…” (v. 19). Simplemente informó al anfitrión de que iba a probar cinco yuntas de bueyes que había adquirido recientemente. ¿No merecía la cena que se pospusiera la revisión de la hacienda y la prueba de las yuntas de bueyes uno o dos días? Sí, a veces esas fiestas duraban varios días, pero aun así…

La tercera persona “no pued[e] ir” porque acaba de casarse (v. 20). Es verdad, la esposa no podía acompañar a su esposo. Esos banquetes eran eventos “sólo para hombres”. Las reglas de hospitalidad pueden ser bastante estrictas, pero no cumplir con un compromiso anterior de asistir a un banquete también era considerado un abuso de hospitalidad. ¿No querría la gente estar allí?

Como era de esperar, al anfitrión no le hizo gracia esto (v. 21). La humillación pública era una de las peores formas de exclusión y rechazo. Ahora, el anfitrión siente en carne propia lo que significa ser marginado, y no está contento.

La celebración

¿Y ahora qué? Sin duda, el anfitrión quería evitar verse expuesto a una mayor humillación al cancelar la cena que había sido boicoteada. Ya había sido anunciado, así que habría banquete. “¡Sal rápidamente e invita a todos! Cuantos más, mejor. Tendremos buena comida, buen vino, bailes alegres y conversaciones animadas. Y conoceremos y daremos la bienvenida a extraños que pronto serán amigos. Ahora que lo pienso, ¡quizá estas son las personas que debíamos haber invitado desde un principio! ¿No había advertido Jesús a las y los futuros anfitriones que invitaran a quienes frecuentemente se olvidan?

Todo estaba listo. La comida había sido adquirida y preparada, los sirvientes habían sido contratados, el salón había sido decorado. Sólo faltaban las personas –personas con hambre–. ¡Ve, rápido! ¡Llama a todos! ¡Invítalos! ¡Vamos a celebrarlo!

¿Y los que habían sido invitados en un principio? Bueno… nunca sabrán lo que se han perdido (14.24). Trágico, pero re

Cambiar nuestras prioridades

Esta es la historia. ¿Cómo encaja en el marco del tercer Evangelio? ¿Qué hace exactamente en este momento del Evangelio? Volvamos a ese aspecto.

La parábola está hábilmente unida al contexto del tercer Evangelio. Justo antes de esta parábola, Lucas relata las instrucciones de Jesús sobre cómo organizar una cena (Lucas 14.7-14), e inmediatamente después de la misma, recuerda al lector cómo Jesús enfatizaba lo que cuesta seguir a Cristo (14.25-35). Esta disposición es claramente deliberada. Debe tener un propósito determinado. ¿Cuál es la conexión, el hilo conductor que recorre esas tres secciones del tercer Evangelio? Tratemos de descubrirlo.

Humildad y hospitalidad (antes de la parábola) (Lucas 14.7-14)

Al observar cómo los invitados a una cena estaban disputándose los puestos preferenciales, Jesús reflexiona sobre la competitividad, ese impulso profundamente arraigado en las personas de mejorar su posición relativa en la sociedad. Concluye con una lección crítica al anfitrión que lo había convidado:

“Cuando hagas comida o cena, no llames a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a vecinos ricos, no sea que ellos, a su vez, te vuelvan a convidar, y seas recompensado. Cuando hagas banquete, llama a los pobres, a los mancos, a los cojos y a los ciegos; y serás bienaventurado, porque ellos no te pueden recompensar…” (Lucas 14.12-14).

Pero ¡eso es precisamente lo que el anfitrión de esta parábola no tenía el propósito de hacer!

Quienes leen las historias de la Biblia –especialmente las parábolas de Jesús– no deberían asumir demasiado rápido que el actor principal de la historia representa a Dios. Con frecuencia, ocurre lo contrario: el “señor” de una historia dada puede ser un terrateniente extranjero que abusa de las y los campesinos que trabajan sus tierras. El patrón de otra historia puede ser sólo eso: un empleador humano común y corriente, pero con conciencia social. Es muy posible que el anfitrión rico de nuestra historia sea un vecino destacado de la ciudad que comete errores como la mayoría de nosotras y nosotros, errores de los que podemos aprender algo.

La parábola de la gran cena (Lucas 14.15-24)

¿Ven el hilo conductor que une esta historia con la precedente? En contraste con lo que Jesús acababa de decir, el anfitrión de esta parábola invitó a sus amigos y vecinos ricos al banquete, personas que podían permitirse añadir otra hacienda a sus propiedades o comprar cinco pares de bueyes, ¡¿diez bueyes más?! ¡Eran adinerados! Esos supuestos amigos no eran amigos en absoluto, pero el anfitrión lo descubrió demasiado tarde. Aunque habían aceptado la primera invitación, en realidad no querían ir, ni siquiera por sentido de obligación cumplir con su anterior promesa. Esta experiencia dejó al anfitrión humillado y enojado.

Después de ese bochorno, el anfitrión trató de salvar las apariencias invitando a otros. Pero no a cualquiera, pidió específicamente que se invitara “a los pobres, a los mancos, a los cojos y a los ciegos”, tal y como Jesús había alentado antes a que hicieran los anfitriones (Lucas 14.13). Probablemente lo hizo por ira o despecho, como su exclamación cortante parece sugerir: “pues os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados gustará mi cena”. Sea cual sea su motivo, hizo ahora lo correcto. Invitó a los marginados, quienes realmente deseaban lo que él tenía que ofrecer.

El coste del discipulado (después de la parábola) (Lucas 14.25-35)

¿Adónde lleva el hilo conductor ahora? En los próximos versos, Lucas recuerda a lectoras y lectores las palabras que Jesús había dicho a la multitud de personas que viajaban con él. “No pueden ser mis discípulos si no me aman más que a sus padres, madres, hijos, amigos y hasta la propia vida” (parafraseando Lucas 14.26). Amar a Jesús es, por supuesto, amar a aquellas y aquellos con quienes Jesús se asocia. Si un discípulo hiciera lo contrario, se convertiría en sal insípida (14.34 y sig.).

El discipulado brilla con mayor intensidad cuando quienes siguen Jesús renuncian alegremente a sus posiciones de privilegio y se preparan para humillarse uniéndose a quienes son regularmente excluidos: las y los pobres, mancos, cojos, ciegos, marginados. Con estas personas Jesús sentía verdadero parentesco. Ellas son la “familia” de Jesús (cf. Marcos 3.33 y sig.).

El banquete es una imagen adecuada de la vida con Dios. Ofrece a las personas la oportunidad de celebrar la rica variedad de los exquisitos dones de Dios en compañía de otras personas, a su vez, son dones las unas para las otras. La comida es excelente, pero ¡un banquete está compuesto por personas –todo tipo de personas– que celebran!

Aunque el anfitrión pueda estar molesto todavía, la parábola termina con una nota de júbilo: las y los marginados, pobres y hambrientos tienen acceso a los dones que Dios ha provisto para todas las criaturas. ¡Este mundo no es un lugar sin esperanzas! ¡Hay alimentos para todas y todos! ¡Este banquete se ha convertido en la mesa del Señ

“Por lo tanto, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro verdadero culto. No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Ro 12.1-2).

 

 

De la región de América Latina y el Caribe: Preguntas para reflexionar

 

El pan

América Latina es uno de los principales lugares donde se reclama justicia y desarrollo transformador.

¿Influyeron los enfoques teológicos de las teologías contextuales de este continente en particular en las teologías desarrolladas en su región, especialmente con relación a la búsqueda de la justicia y la distribución justa del “pan”­?

Las invitaciones

¿Qué invitaciones se hacen hoy? ¿Son estas invitaciones lo suficientemente inclusivas como para que consideren y acojan a los pueblos indígenas, a las mujeres, a las personas con discapacidad, a las y los jóvenes, ancianos y niños y a las minorías sexuales? Como parte de la comunión de iglesias luteranas, ¿invitamos y acogemos a la gran familia cristiana prestando también atención a las invitaciones que recibimos?

El banquete

Hoy en día, somos testigos de los banquetes que los grupos adinerados ofrecen a grupos escogidos.

¿Podemos describir la injusta distribución de la riqueza, que es uno de los aspectos principales de la estructura económica mundial en la actualidad, como un banquete al que sólo unas y unos pocos son invitados? En este sentido, ¿quiénes son las y los que ofrecen el banquete? ¿Quiénes no han sido invitadas o invitados? ¿Qué se espera de la voz profética de la iglesia?

Cambiar prioridades: la diaconía

Acabamos de leer que este mundo no es un lugar sin esperanzas y que hay alimentos para todas y todos. Las y los pobres continúan preguntando: ¿quién tiene la parte de comida que me corresponde? Esa pregunta nos hace reflexionar sobre la efectividad de nuestra labor diaconal. La base conceptual de la cooperación ecuménica tiende a segregar elementos clave para la vida de la iglesia. En América Latina, la mayoría de las iglesias tratan de dar respuesta a las diferentes “hambres” de las y los marginados y consideran que ese reto está vinculado con aspectos de la espiritualidad.

¿Podemos hablar de una dimensión espiritual de las estrategias de desarrollo que podría convertirse también en un indicador de la efectividad de la ayuda?

streaming

Vídeos | Undécima Asamblea

RSS-Feed Noticias de la Asamblea (ES)
Communio Garden Communio Garden
facebook facebook
youtube YouTube
flickr flickr
twitter Tweets sobre la Asamblea