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© Morten Kleveland

La Concesión de la Gracia

El cielo dice...

¿Qué debemos hacer? Esa fue la pregunta que le hicieron al teólogo holandés Hendrik Kraemer en un momento crucial de la historia de Holanda, cuando los cristianos se encontraron en lados opuestos del campo de batalla. Se cuenta que Kraemer respondió con esta frase memorable:

No les puedo decir qué deben hacer, pero les puedo decir quiénes son.

Con profunda visión, Kraemer fue directo al meollo del problema. Nuestra auto-imagen —la forma en que nos vemos a nosotras y nosotros mismos frente a las y los demás, en nuestra relación con Dios, y con el resto del universo— influirá directamente en la forma en que actuamos en la vida diaria. Esto es particularmente importante cuando enfrentamos situaciones críticas. Así, nos preguntamos: ¿quiénes creemos que somos? El autor del Salmo 8 luchó con esa misma pregunta y se encontró cara a cara con una visión sorprendente:

Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Lo has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Lo hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies: Ovejas y bueyes, todo ello, y asimismo las bestias del campo,Las aves del cielo y los peces del mar; ¡todo cuanto pasa por los senderos del mar! ¡Jehová, Señor nuestro, cuán grande es tu nombre en toda la tierra!”                        (Sal 8.3-9)

La contemplación de toda la creación de Dios nos revela una verdad aleccionadora y a la vez estimulante: en el plan completo de las cosas no somos nada y sin embargo ante los ojos de Dios somos de muchísimo valor. En su Catecismo Menor, Lutero lo plantea de forma sucinta:

Creo que Dios me ha creado y también a todas las criaturas . . . y aún los sostiene . . .
Me provee . . . todo lo que necesito para sustentar este cuerpo y esta vida…
Dios me protege contra todo peligro y me guarda y me preserva de todo mal;
Y todo esto por pura bondad y misericordia paternal y divina,
Sin que en manera alguna lo merezca ni sea digno de ello.

El Catecismo Menor, II, Artículo primero

 

La creación como don o gracia de Dios (Génesis 1.1-2.25)

Desde tiempos remotos, las personas de todo el mundo han contado sus historias sobre el origen del universo. Estas narraciones son mucho más que teorías sobre “cómo surgieron las cosas.” Son confesiones de fe, convicciones profundamente arraigadas con respecto a Dios, al mundo, y respecto al lugar de la persona creyente en relación con estos. Quienes conocen otras historias de la creación hallarán instructivo compartir y comparar tales historias para descubrir cómo las personas de diferentes creencias se ven a sí mismos en relación con su dios y con el mundo.

El libro de Génesis no sólo presenta una historia de la creación, sino dos. En ambos relatos, Dios actúa por pura gracia hacia todas las criaturas, incluso antes de que fueran creadas. Pero ambas historias también difieren entre sí en importantes detalles.

La primera historia de la creación (Génesis 1.1-2.4a)

La historia de la creación de Génesis 1 se lee como un poema de siete versículos. Es un canto celebrando la buena nueva de que Dios ha creado todo lo que existe. Comenzando por una situación de caos (1.1), el Creador procede a establecer el orden y luego a llenar al espacio de planetas y estrellas, al mar de peces, a la tierra de plantas, aves, animales salvajes y ganado. Dios logra todo esto sin esfuerzo alguno, simplemente “llamando” para que las criaturas aparezcan o sean traídas.

En la primera historia de la creación toma especial significación la afirmación siete veces divina de que todo lo que Dios hizo fue “bueno en gran manera.” Esta historia no tiene una visión del mundo dualista. Dios y el mundo no están en oposición. Por el contrario, Dios aprecia, ama, y bendice no sólo a la humanidad (1.28), sino también a los animales (1.22) e incluso a la tierra (1.24f). Todos son invitados a “dar fruto” y por consiguiente a convertirse en agentes de Dios en el acto de creación mismo.

Esto no quiere decir, sin embargo, que toda la creación está a un mismo nivel ante Dios. En el punto obviamente culminante de la historia, Dios decide crear la humanidad “a nuestra imagen” (1.26) y por tanto, establecer una relación especialmente íntima con la humanidad. Dios incluso le concede a los seres humanos la prerrogativa divina de responsabilizarse con el cuidado y el bienestar de todos los seres vivos (1.28b).

De acuerdo con esta historia, toda la creación es objeto del amor y la protección de Dios, y así la humanidad —el punto culminante de la creación— disfruta de una posición de responsabilidad y confianza que refleja el propósito divino.

La segunda historia de la creación (Génesis 2.4b-25)

La segunda historia de la creación se centra casi exclusivamente en los seres humanos, lo primero en la creación de Dios (2.7). En estos veintidós versos se encuentran más referencias a la humanidad que al “Señor Dios.” Comparativamente, los animales reciben escasa atención. No se menciona en absoluto la creación del sol, la luna, las estrellas, el día o la noche. Toda la narración muestra a un Dios preocupado por encontrar la manera de darle comodidad y protección al ser humano. Con este fin, el Creador planta personalmente un jardín, hace que crezcan árboles (2.8) y transforma la tierra seca en un oasis trayendo agua del río a través de canales y acequias de irrigación (2.10-14).

Dios hace que crezcan árboles en abundancia, no sólo para dar alimentos a los seres humanos sino también como fuente de placer estético (2.9). La majestuosa y delicada belleza de las plantas y flores (¿y el musical trino de las aves?) le recuerda a los seres humanos que la creación de Dios también está encaminada a enriquecer la vida a través del disfrute de los sentidos de la vista, el oído, el olfato y el gusto. Todo esto ha sido hecho específicamente para el beneficio del ser humano, a quien Dios se dirige en cuatro ocasiones llamándolo “tu” e invitándolo a comer libremente de cualquiera de los árboles del jardín (2.16). Sólo hay una nota de alerta (2.17): es necesario evitar un árbol, pues consumir de su fruto trae consecuencias mortales. Es muy probable que esto no fuera interpretado como una amenaza, sino como una expresión de tierno amor: Dios no quiere que el ser humano se perjudique ingiriendo veneno.

Personas de la tierra

Esta historia comienza con un desierto sin vida donde aún no ha caído la lluvia (2.5). Dios se inclina para trabajar la tierra. Como un artista que trabaja con un puñado de arcilla, el Creador modela la forma humana que se convierte en ser humano cuando lo anima el aliento divino de los propios labios de Dios.

De acuerdo con la segunda narrativa de la creación, los seres humanos están indisolublemente enraizados en la tierra. El ser humano nació de la tierra y depende de ella para su sustento. Pero algo aún más importante, Dios creó al ser humano en primer lugar porque no había quien cuidara de la tierra (2. 5). Trabajar la tierra y “cuidar de ella” (2.15) le proporcionará al ser humano una vocación honorable. El trabajo también es un don bendecido por Dios. Trae consigo satisfacción personal y le da propósito y sentido a la vida humana. Se convierte en una carga sólo después de comer la fruta envenenada y como resultado de ello.

Los seres humanos son “personas hechas de tierra.” Esta no es una palabra “sucia.” La limpia tierra de Dios (adamah) le concede su nombre (adán) a la persona cuyo origen y destino está íntimamente ligado a ella.

Pero los seres humanos no son sólo personas de tierra. Son más que eso. Los animales fueron creados de la tierra también, y los árboles crecen de esa misma tierra. Lo que hace a los humanos “seres vivos” es el hecho de que los anima el aliento (ruach) de Dios. En esta narración nunca se les llama a los animales o a las plantas “seres vivos.” Sólo los seres humanos son dignificados con esa designación.

El consuelo de la compañía

Sin embargo, el Creador todavía piensa en otra forma de beneficiar a la persona recién creada. Dios reconoce que la persona solitaria anhela compañía y que necesita a otra persona que le “corresponda” (2.18) para vencer la sensación de aislamiento.

Es precisamente en este punto (tardío) de la segunda historia, que Dios decide crear a los animales y traérselos a adán para que los nombre (2.19-20a). “Darle nombre” a algo o alguien significa establecer una relación con la persona o la cosa denominada. ¿Sería porque Dios pretendía que los animales pudieran darle a adán parte de la compañía que necesitaba? En realidad los seres humanos y los animales pueden disfrutar de una relación de apoyo mutuo. Las personas que día a día están en contacto directo con animales podrán confirmarlo. Pero después de haber nombrado los animales, el ser humano estaba aún insatisfecho. De acuerdo con la historia, los animales no eran “seres vivos” en “correspondencia” con el ser humano que había sido animado con el aliento de Dios.

Por lo que Dios se dispuso a trabajar nuevamente, en esta ocasión haciendo una operación en el cuerpo de adán, quitándole un poco de tejido (tsēla‘ puede significar “costilla” o “costado”). Con este tejido Dios moldeó la “correspondiente compañía,” a quien Adán “reconoce” como tal inmediatamente (2.22) y a la que, por tanto, denomina ishah (la forma femenina de ish).

Las dos personas fueron creadas para ser sus iguales en el sentido pleno de la palabra. Van a ser “ayudantes” uno del otro (ezer puede significar “defensor,” “aliado” o incluso “salvador”). Los dos no se van a relacionar como el ayudante inferior con el experto superior, sino como compañeros de equipo que se “corresponden” mutuamente. Serán “ayudantes” el uno del otro, en el sentido de que juntos podrán levantar y cargar objetos pesados llevándolos por los extremos. También serán “salvadores” uno del otro, porque se darán salud y bendiciones mutuas.

Se invita a los dos individuos a ser una sola persona, “una sola carne.” Debemos considerar esto como una evidencia de que el deseo profundamente enraizado de la mujer y el varón entre sí también es un don concedido por Dios. La segunda historia de la creación, por tanto, también dignifica debidamente la atracción sexual mutua que puede ser disfrutada sin vergüenza (2.25). Este es también un preciado regalo de la gracia de Dios.

El mundo en que vivimos

Estas dos historias de la creación describen un cuadro idílico de paz y tranquilidad. Presentan la vida en la tierra como Dios quería que fuera y, con la gracia de Dios, como será. Desafortunadamente, todas las cosas buenas pueden malograrse. Debido a la dureza del corazón humano la buena tierra se está contaminando, el agua se está envenenando, y los dones de Dios se están tratando como materia prima para su explotación. Las relaciones íntimas se están deshaciendo. La brecha entre los ricos y los pobres está aumentando. Hoy día, un número sorprendente de niñas y niños está muriendo de hambre. ¿Dónde se puede encontrar esperanza para vivir en un mundo así? Como orientación, nos centraremos en otra historia, una parábola de Jesús.

La restauración como don de la gracia de Dios (Lucas 15.11-32)

La llamada “Parábola del Pródigo” en realidad no está centrada en el hijo menor sino en el compasivo padre cuyos dos caprichosos hijos están necesitados de redención. La historia es tan conocida que sólo será necesario bosquejar los detalles más sobresalientes.

En la narración el hijo menor hace una solicitud abiertamente egoísta. Quiere que el padre le dé el valor equivalente a la parte de la finca familiar que le correspondería después de la muerte de éste. Al pedir el pago de un tercio de la heredad familiar y llevárselo, el hijo menor le está imponiendo privaciones económicas a la unidad familiar que lo ha sustentado. Un don que le hubiera proporcionado una vida saludable a sí mismo y a su comunidad, ahora corre el riesgo de convertirse en un medio de satisfacción personal inmediata.

Inexplicablemente, el padre le concede ese deseo y el hijo rápidamente convierte la propiedad en dinero y abandona la casa para ir a un país lejano donde lo derrocha todo, para terminar siendo un porquerizo hambriento al empleo de un gentil. Cuando llega a la desesperación, el hijo rebelde tiene la osadía de venir a pedir trabajo a la finca paterna.

Pero para nuestra sorpresa, ocurre que el desconsolado padre ha estado oteando el horizonte día tras día, anhelando el regreso del hijo. Y cuando finalmente la silueta del joven aparece en la distancia, el padre, henchido de felicidad, corre hacia él y lo abraza colmándolo de sus besos incluso antes de que el ahora humilde hijo tenga tiempo para decir su preparado discurso. El hijo pródigo no sólo es aceptado, sino que recobra todos sus privilegios y se convierte en el invitado de honor del suntuoso banquete preparado apresuradamente para celebrar su llegada.

No es sorprendente entonces que el hijo mayor no esté satisfecho, y que esté resentido por la generosidad ofrecida a “ese mal hijo tuyo.” Pero el padre también pasa por alto el hosco comportamiento del primogénito y se dirige a él en términos cariñosos (“hijo mío”) invitándolo a unirse a la celebración del suceso feliz. “Tu hermano estaba muerto y ahora vive.” La familia puede estar unida otra vez. Eso vale mucho más —por lo menos para el padre amantísimo— que el valor que pueda tener un tercio de la heredad material familiar. La dignidad del joven que aspiraba a un “trabajo” sencillo ha sido restaurada con el regalo de una vestimenta magnífica. El hijo rebelde que violó la confianza paterna recibió por anillo un sello como confirmación de esa confianza.

El conjunto de estas historias cantan alabanzas a Dios que en su gracia que quiere que la vida florezca. El Dios que creó un mundo magnífico y que se lo confió a los que había hecho a su imagen, quiere ansiosamente venir a restaurar lo que estos han destruido. Dios sana las relaciones quebrantadas, perdona las ofensas cometidas, reconforta a los que sufren y da el pan de cada día a quienes tienen hambre.

De la región nórdica: Preguntas para reflexionar

Dios, quien ofrece todos los buenos dones

Como hombres y mujeres estamos hechos a la imagen de Dios, redimidos por Cristo y llamados a vivir en comunión con Dios y entre nosotros. ¿Cómo las y los luteranos, testimoniamos ante Dios, quien ofrece todos los buenos dones,

El don sagrado

¿Hemos perdido el sentido de lo sagrado de la creación? Si Dios es quien ofrece (Sal 24.1), ¿cómo podemos aceptar políticas agrícolas y pesqueras que abusan del planeta? ¿Cómo podemos tolerar alimentos no saludables, o ver como se tiran toneladas de alimentos? ¿Cómo podemos aprobar con nuestro silencio un cambio climático causado fundamentalmente por el Occidente, pero que afecta más severamente a los países más pobres?

El don de la vida

¿Por qué no podemos luchar como una hermandad cristiana por la justa distribución de alimentos sanos y nutritivos para todos? ¿Existe algo en la confesión luterana, “todas las personas nacidas . . . nacen en pecado” (CA art. II), que nos conduce a aceptar el status quo de injusticia y falta de dignidad para tantos seres humanos? ¿Creemos que Dios ha dado a algunas y algunos de nosotros mayor derecho a una vida humana plena, que a quienes no creen en la gracia de Dios?

El don de la responsabilidad

Dios nos ha hecho mayordomos de la creación (Gn 1.26-28) ¿Cómo influye esto en la forma en que cuidamos de nuestra propia salud, de los alimentos que comemos y de la política agrícola de nuestra comunidad? ¿Cómo podemos mostrar responsabilidad ante las políticas nacionales e internacionales sobre los alimentos, la tierra y el agua?

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